1 de mayo: museo cerrado.

El juego es un fenómeno universal presente a través de la historia. Es un conocimiento compartido, accesible a las personas de cada época y cultura y que necesariamente implica sensibilidad, originalidad y creatividad (Rinaldi, 2005).

Este conocimiento, este juego innato, es aprendido pero no impuesto. Jugar es una forma directa de participación en la experiencia. En el contexto del museo implica comprender los horizontes de significado, visualizarlos y percibirlos. El juego implica colocarse en distintas plataformas y mirar desde múltiples perspectivas. Implica mirar desde uno mismo y también desde el otro.
 
El juego tiene una fuerza intrínseca e incluye aspectos de gozo y facilidad de tal suerte que es visto en muchas ocasiones contrario al aprendizaje, al “trabajo” (Rinaldi, 2005). Aun así el juego brinda miradas y posibilidades alternativas, sugiere caminos nuevos y un proceso de descubrimiento de otros y de uno mismo, esencial en muchos procesos de aprendizaje. De ahí que en el museo consideremos que es una herramienta fundamental en el proyecto educativo.
 
De hecho, el juego es un marco en el cual los eventos de la vida pueden ser interpretados, darle lugar al juego permite evidenciar formas de relacionarte con el mundo (objetos y personas) y esto es, sin duda, propio del proceso artístico (Uhrmacher & Matthews, 2005). 
 
Así, considerar el traer experiencias y conocimientos previos, brindar perspectivas personales, imaginar, inferir, hacer preguntas y dar respuestas, conocer y experimentar con lo “no conocido” es jugar. El entorno que diseñamos entonces se percibe como un laboratorio, múltiple, rico en significados, abierto a la experimentación y en el encuentro se convierte en un espacio de juego. Es por esta razón que el generador de los espacios es el usuario, las experiencias presentan elementos de la cultura material y visual en una compleja red conceptual promoviendo un discurso rizomatico.

Estos espacios museográficos - que generan procesos de construcción de sentido - se activan a través del juego y ayudan a delinearlo detrás de los confines de la vida cotidiana, brindando a los usuarios un sentido de pertenencia e identidad. La atmósfera del juego se produce cuando estas interrelaciones estimulan tensión entre el contenedor, el contenido y la acción entre ambas.
 
En este espacio museográfico creamos contextos abiertos y cálidos para jugar, habilitamos tiempos, espacios, mobiliario, materiales y objetos que se presten a ser usados y transformados en el juego. Buscamos crear estos marcos referencia con la cultura visual y material, de tal forma que la expresión, experimentación, soluciones y reflexiones de las personas dentro del espacio hagan evidentes los procesos creativos. El juego es en sí mismo un proceso creativo.
 
El espacio se propone como un ecosistema, diversificado, estimulante, cálido, donde cada usuario es parte de un grupo que ha sido considerado en el diseño. Es un espacio que facilita la interacción grupal e incluso contiene espacios de privacía y pausa. Es un espacio sereno, amigable; un espacio habitable.
 
No es fácil crear un ambiente que soporte un “buen juego”. Debe convertirse en una investigación permanente y sensible que mire hacia un diálogo interdisciplinario entre diseño, pedagogía, psicología y museografía, un diálogo sobre la vida; jugar es vivir (Rinaldi, 2005).

Fecha de publicación:
9 de Julio de 2016
Imagen
Ricardo Rubiales

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