¡Unos días intensos en los que compartir! Soy Sonia Gugolj, educadora en Fundación PROA, y en este post cuento mi encuentro con el equipo del Área de Educación del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Promediando el mes de julio de este año 2019 recibí un pedido sorprendente: escribir algo sobre mi visita al Museo Nacional Thyssen Bornemisza, y encuentro con algunxs de sus trabajadorxs como el siguiente paso de una experiencia de intercambio que se había iniciado en el mes de mayo en Madrid y que ahora se continuaba a la distancia y se abría a nuevas posibilidades. 

Digo sorprendente porque cuántas veces nos puede suceder que luego de habitar un museo - sea de la manera que sea, y sea el tiempo que sea, porque hasta el momento no se ha establecido una cantidad de tiempo que valide nuestra experiencia museística - éste (en realidad, su gente), busque establecer nuevo contacto con nosotrxs sus huéspedes pasajeros. Por lo menos a mí no me había sucedido hasta el momento. Es un hecho que todos nuestros museos cuentan, entre otras estrategias, con los efectivos newsletter desarrollados por las áreas de prensa; pero qué otros caminos de comunicación y comunidad - a la manera de cariñosos/as anfitriones/nas - podemos emprender nosotrxs quienes integramos los departamentos de educación de estos museos y, claro, cómo sostener este contacto en el tiempo. Lo que va de mi experiencia como educadora en museos gira en torno a pensar estas cuestiones. 

Mi estancia en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza duró unas cuantas horas (no más de las que pudo haber estado cualquier otrx visitante ese mismo día) y tuvo lugar en el marco de mi primera visita a la capital española (como seguramente le sucede a otros tantxs visitantes que llegan a diario al museo. Así fue que estas horas fueron parte de un recorrido más extenso de exploración, encuentros y descubrimientos. En la casa Thyssen tuve la suerte de disfrutar de una cálida reunión con el equipo de educación y visité parte de la colección y una de las muestras temporarias que alojaba el museo por esos meses. 

Durante el intercambio con lxs integrantes del equipo me presentaron los programas educativos vigentes y dialogamos sobre nuestras respectivas prácticas pedagógicas. Debo reconocer que esto le otorgó una cuota diferencial a mi visita.  Aun así, no deja de sorprenderme la iniciativa de este equipo que se ocupó de sostener el contacto. 

En la actualidad yo también trabajo en el área educativa de otra casa de arte, un espacio de exhibición ubicado en Buenos Aires. Aquel día pude dialogar con la gente de educación del Thyssen sobre los múltiples y posibles caminos de comunicación y comunidad que como educadores podemos construir entre los museos y sus visitantes, y sobre la enorme diversidad de individualidades y experiencias que aportan estos visitantes. Pasó por nuestra charla el trabajo con escuelas, docentes, familias y otros grupos comunitarios y lo que me quedó resonando de todo eso fue que, como todo camino que conecta, estos requieren de un permanente mantenimiento, que es nuestra responsabilidad. El acostumbrado tránsito genera el desgaste que pide a gritos un fortalecimiento de la ruta y por qué no la apertura de nuevos brazos que nos lleven y nos traigan a lugares impensados. 

Atender a las particularidades y a la diversidad de cada uno de estos caminos es un desafío permanente. El encuentro con lxs compañerxs del Thyssen me dejó un entramado de preguntas que me han servido para repensar los programas en los que trabajo, como por ejemplo  nuestra propuesta para las familias. Y creo que esto fue así porque aquí y allá (a pesar de la distancia y de los diferentes contextos de trabajo) nos suceden cosas parecidas. En nuestro programa para las familias diseñamos actividades que buscan fortalecer la dimensión convivencial del museo a través del ejercicio de la tarea compartida. Esta es nuestra meta última. 

Ahora ha sido muy útil pasar mi práctica por el tamiz de algunas de las preguntas que surgieron en aquel encuentro: ¿Qué vuelve una experiencia en el museo significativa? ¿Cómo nos cuidamos de las actividades de mirar y tirar? ¿Cómo diferenciamos nuestras propuestas de las de un centro de entretenimiento? ¿Cómo nos acercamos a los más chicos, a los jóvenes, a los adultos? ¿Cuál es la comunidad de un museo? ¿De qué manera la construimos? ¿Con quiénes queremos trabajar? ¿Qué les vamos a ofrecer? ¿Qué planteos tienen ellos? ¿Qué necesitan? En definitiva… ¿Cómo hacemos para que esos visitantes que una vez decidieron tomar el camino que viene al museo, vuelvan?

Considero que para cada una de estas preguntas no hay una única respuesta ni una receta, si no que esas respuestas se elaboran en el terreno de trabajo. Todas aquellas preguntas son excelentes herramientas y fuente de inspiración para nuestra inventiva a la hora de construir y reconstruir aquellos caminos  que nos comunican y por los cuales transitan nuestros huéspedes pasajeros; caminos que en definitiva hacen a la gran casa que es un museo. Esta red de intercambios que nos propuso el Área de Educación del Thyssen - a mi y a otras compañeras, trabajadoras de museos - no deja de ser el inicio de un impensado camino de idas y vueltas.  

Como decimos en Buenos Aires ¡Que no se corte! 

Sonia Gugolj. Educadora en Fundación PROA. Buenos Aires, Argentina

Fecha de publicación:
15 de Abril de 2020
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Sonia Gugolj
Información sobre el autor:
Educadora en Fundación PROA. Buenos Aires, Argentina.

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