Dos nuevos espacios que crecen gracias a Espigar
Los docentes devolvemos a la sociedad, en cierta medida, lo que previamente nos ha dado, sembramos en nuestras clases y practicamos así la reciprocidad. Os cuento mi segundo año de "espigamientos" en el museo.
Hace tiempo que tenía ganas de sentarme tranquilamente frente al ordenador para compartir en qué han terminado algunos de los materiales espigados. El final de curso para profesores y alumnado es un momento atropellado en el que todo se acumula y urge. El tiempo adquiere otra dimensión y realmente deseas que todo termine lo antes posible porque, además, suele coincidir con la llegada del sofocante calor que, en el aula, siempre es más duro. Pero a veces encuentras un momento de paz, como en el ojo del huracán, y disfrutas de unos momentos de calma. Esta tarde es uno de esos momentos.
En la segunda edición de Espigar los materiales provenían de Inteligencia líquida, exposición temporal en torno a la situación de la vida en el océano, organizada por TBA21. Recogí, entre otras cosas, grandes letras de madera que planeo colocar en el techo del aula, aún tengo que estudiar la mejor manera, para mejorar la acústica, algo que influye directamente en nuestro bienestar en los centros. También otras letras más pequeñas y unos metros de moqueta negra que hemos aprovechado para montar un espacio expositivo en el pasillo frente al aula de Dibujo. Esta situación es ideal porque permite hacer visitas a las exposiciones desde el aula sin invertir mucho tiempo. Lo montamos a final del curso pasado y este año la hemos utilizado en varias ocasiones. Les encanta ver sus ejercicios expuestos, pero, además, es una forma cómoda de poder comentarlos y aprender juntos.
Según Siro López, gran estudioso de los espacios educativos en los centros (por cierto, os recomiendo su libro: Esencia), es de vital importancia cuidar los pequeños detalles a la hora de montar exposiciones con los ejercicios de nuestro alumnado; deberían acercarse a los estándares de museo, insiste. Es cuestión de poner en valor y dar dignidad a su trabajo.
Este curso, espigué unas colchonetas verdes que venían cargadas de historia; pintura por aquí y por allá, grafías que registran lo vivido sobre ellas en el museo. Me hizo una enorme ilusión, porque eran ideales para salir al aula exterior que construimos un fin de semana de 2023 en una acción junto a Estudio Nabe, colectivo que vino al centro gracias a Red Planea. Por si no lo conocéis, Red Planea es un proyecto financiado por la Fundación Daniel y Nina Carasso que desde hace cinco años desarrolla proyectos de Arte y Educación en los centros de la Comunidad de Madrid, Valencia y Andalucía. Familias, alumnos y algunos profesores nos remangamos para construir juntos un domo a partir de barras metálicas que cortamos, preparamos y montamos nosotros mismos. No era la primera vez, el curso anterior vino Rubén Lorenzo, de Basurama, junto al que hicimos una intervención en el patio: zona de sombra con lonas recicladas, gradas con palets... Este tipo de experiencias construyen comunidad, muestran el valor de hacer las cosas porque sí, no por una nota, no porque me obligan... Trabajar juntos en un espacio y tiempo distintos es necesario para encontrarse de verdad. No lo usamos a menudo, el clima no siempre es el apropiado, pero cuando lo hacemos lo disfrutan, estamos en la naturaleza y es increíble ver las cosas que suceden solo por esta allí, especialmente con los alumnos de 1º ESO.
Espigar no es sólo activar la cultura del reciclaje, dar la posibilidad a los centros educativos -generalmente necesitados de materiales que abran posibilidades-; ilusionar cada primavera a los docentes, como si llegaran los Reyes Magos... es, en el fondo, en un sentido radical, compartir.
Como docente y como persona he recibido muchísimo en estos tres años desde que me sumé a Musaraña. Es una cita que cada curso nos invita a realizar un viaje que nos lleva más allá del aula, más adentro... que nos descubre artistas, libros, compañeras y compañeros maravillosos.
Este año nos han hecho un recorrido por las tierras de la Educación Ecosocial, un espacio que todos los docentes deberíamos recorrer. Así es cómo llegó a mis manos, por recomendación de la educadora del museo Eva García, el libro Una trenza de hierba sagrada, de Robin Wall Kimmerer, lectura que os recomiendo vivamente. En realidad, no es solo un libro, es una aventura que puede cambiar tu percepción del mundo, si lo lees con atención. Escribe desde la sabiduría del pueblo indígena norteamericano, pero también desde el conocimiento científico, es bióloga ambiental y forestal, pero, sobre todo, desde el amor. Habla del sentido del agradecimiento en su pueblo, de la reciprocidad y de algo inmensamente hermoso, la cosecha honorable, un código de conducta con una serie de principios elementales: conocer las plantas, pedir permiso para recolectarlas, tomar solo lo necesario y usarlo con respeto, compartir los recursos y devolver algo a la naturaleza... Los docentes devolvemos a la sociedad, en cierta medida, lo que previamente nos ha dado, sembramos en nuestras clases y practicamos así la reciprocidad. Es una labor muchas veces poco reconocida, pero llena de sentido y valiosa, que nos conecta directamente con la vida. ¿Puede haber una profesión más gratificante?