Trabajar en el campo de lo educativo debería obligarnos a estar siempre muy pendientes de la sociedad, de los cambios a los que es sometida y a las mutaciones, más o menos transcendentales, que se producen en sus estructuras de poder, en el equilibrio de estas y en su ascendencia sobre el resto de la sociedad. 

A nadie se le escapa que los museos han sido tradicionalmente entendidos como emisores autorizados de conocimiento, y por lo tanto voces protagonistas del mensaje lanzados desde el poder. De alguna manera, en la sociedad en general y en los museos en particular, se está asistiendo a una especie del final de la hegemonía de los expertos, algo así como el ocaso del monopolio de la emisión del conocimiento. No es que desde aquí quiera cuestionar la “auctoritas” de los expertos, solo reflexionar en cómo esta ha sido pervertida en alguna ocasión por la “potestas” del investido con algún tipo de poder sobre este.

Es en este terreno del monopolio del conocimiento dónde los museos y centros de arte se han movido, y aún lo hacen, con comodidad aunque sea cierto que cada vez son más los guiños que hacen estas instituciones a una sociedad en continua mutación como es la nuestra. Pero es muy difícil, para el que ha poseído este poder sin ser cuestionado –y esto en el terreno de la educación aún está siendo explorado-, hacer una renuncia explícita a ese monopolio como emisor, más aún si no existe una aceptación, otra vez de manera explícita, del potencial del educando como emisor de conocimiento no solo por los que ostentan el poder, sobre todo por los propios educandos que aún ven impensable el que su conocimiento sea aceptado en los círculos en los que se mueve el conocimiento tradicional.

Pero volvamos al principio de esta entrada. El origen de ella nace de la lectura del Modesto manifiesto por los museos del premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk. 

Estas instituciones, ahora símbolos nacionales, han presentado el relato de una nación (es decir, la Historia) como algo mucho más importante que los relatos de los individuos. Esto es desafortunado: las historias de los individuos son mucho más compatibles con la expresión de las profundidades de nuestra humanidad.

¿Están los museos preparados para aceptar como parte de su propio conocimiento el de los otros? ¿Están los museos centrados en una disciplina, dispuestos a aceptar conocimientos provenientes de otras? ¿Los museos y centros de arte tal y como se plantean estarían abiertos a aceptar como parte de su acerbo el conocimiento, vivencial, personal, sentimental, etc., de los visitantes que acuden a ellos? Si la respuesta es negativa, aún queda mucho que hacer en los museos para que ellos mismos entiendan la complejidad de la sociedad que los acoge, para que comprendan que nuestra sociedad es más de diálogos que de monólogos, que ellos mismos son entre otras cosas, pero principalmente, conversación.

Fecha de publicación:
23 de Mayo de 2016
Imagen
Rufino Marcos

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