¿Pueden coexisistir la calma de un lienzo con la velocidad de una pantalla interactiva? Siguiendo con las publicaciones a propósito del proyecto Intersticios.

Una mañana de tranquila del museo, de esas en las que no hay más de cuatro personas por sala y algunos grupos de niños que responden a las propuestas de la educadora que les acompaña, me surgió de pronto un fuerte sentimiento ludista. Un incipiente rechazo hacia la celeridad de lo tecnológico. Un miedo a convertir aquel pasillo desierto que había elegido para Intersticios en un nuevo vórtice digital, no apropiado para el pensamiento pausado y la reflexión crítica. ¿Pueden coexisistir en un mismo ecosistema la calma de un lienzo con la velocidad de una pantalla interactiva? ¿qué conexiones reales existen entre lo artístico y lo virtual?

Ante su complejidad, lo virtual se antoja infinito e incontrolable. Los sistemas de poder que manejan la red se desenfocan y no sabemos muy bien qué damos a cambio de lo que recibimos. “Ahí” no existen cuerpos, pero sí identidades. “El otro lado” de la pantalla provoca una mágica sensación de lugar; un lugar tan enigmático como cotidiano.

Sin conocer lenguajes de programación, los códigos que hacen funcionar nuestras máquinas son incomprensibles. Aquellas personas que manejan los lenguajes informáticos median y ostentan todo el control. El eslogan corporativo de Google cambió en 2015 de “don’t be evil”(no seas malo) a “do the right thing” (haz lo correcto), evidenciando las posibles violencias ligadas a este oligopolio de poder virtual.

Estas ideas de violencia y poder se incrustan en el origen de las máquinas computadoras e Internet. Si la máquina computadora “Enigma” se creó para descifrar mensajes encriptados de guerra, ARPAnet(la red origen de lo que es ahora Internet) también nació en un contexto militar, para asegurar las comunicaciones en caso de ataque nuclear. Con el tiempo, estas creaciones fueron apropiadas por la sociedad civil y resignificadas.

Con los museos también existe esta violencia origen, en tanto la sociedad civil usurpó y se apropió de aquello que había pertenecido a la iglesia y al estado: el arte, con la intención de democratizar su acceso. No obstante, se generó entorno al museo esa aura de lugar ritual, con ciertos toques de extrañeza, de incomprensibilidad y magia.

Lo virtual y el arte son espacios de privilegio para lo híbrido, lo no categórico y lo rizomático. Lo que pueden hoy el arte y la tecnología, en otro tiempo se consideraría magia. Sin conocer los lenguajes de las máquinas, siempre podemos desarrollar nuestro pensamiento creativo; creernos magos y magas e inventar aquello que no sabemos hacer pero que, gracias a las máquinas, seguro que es posible. La tecnología puede ampliar los escenarios del arte uniendo diversos campos de conocimiento, generando redes de cocreación entre quienes manejan diferentes códigos y lenguajes, técnicos o artísticos. Debemos tejer redes de experimentación y de intuiciones con ceros y unos. Abandonar la confrontación entre realidad/virtualidad, y los miedos ante el misterio de un mundo hiperconectado e inmediato. Dejar de separar el arte de la vida. Todo es uno. Se va cerrando la brecha.

Fecha de publicación:
13 de Enero de 2018
Imagen
Clara Harguindey

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