“Si quieres convertirte en un buscador de la verdad es necesario que, al menos una vez en la vida, dudes de todas las cosas”, escribió Descartes. La clave, para él, estaba en la duda. En su Discurso del método, acompañó la archiconocida afirmación “pienso, luego existo” con una nota al margen que decía: “mientras dudemos, no podremos dudar de nuestra existencia”. Posteriormente, insistió sobre ello en La búsqueda de la verdad mediante la luz natural, completando su principio: dubito, ergo sum, vel, quod idem est, cogito, ergo sum, (“dudo, luego existo, o lo que es lo mismo, pienso, luego existo”).
Hoy, esta declaración, se ha vuelto más necesaria que nunca. La duda, un motor de aprendizaje y reflexión, ha perdido su lugar frente a la aparente solidez de las certezas. Redes sociales, tutoriales, influencers: miremos donde miremos, encontramos un experto que, en tan solo tres minutos, promete enseñarnos lo que años de experiencia solían construir. La duda no vende y, además, requiere un tiempo que nadie está dispuesto a darle.