La transformación de las ciudades en grandes metrópolis fue uno de los temas que más apasionaron a los artistas de comienzos del siglo XX y muchos, como George Grosz, no pudieron resistirse a plasmar sus rápidos y constantes cambios. Berlín es retratada por Grosz en pleno transcurso de la Primera Guerra Mundial en un estilo expresionista en el que el rojo es el color dominante. La escena está construida haciendo uso de los recursos del cubismo y futurismo para representar, por medio de una perspectiva muy forzada y la superposición de las figuras, la aceleración de la vida urbana. Sin embargo, frente a la visión triunfalista de otros artistas, Grosz, marcado por sus propias experiencias en el frente, da a su obra un aire apocalíptico que pone en evidencia la alienación del hombre y su camino de autodestrucción.

Metrópolis, pintada por George Grosz en Berlín en plena guerra, entre diciembre de 1916 y agosto de 1917, con una interrupción debida a su nueva llamada a filas, entre enero y mayo de 1917, representa una visión alegórica e inquietante de una sociedad encaminada a su propia destrucción. La pintura, consecuencia de los horrores de los que el artista había sido testigo, se inscribe dentro de un estilo marcadamente expresionista, aunque el solapamiento de planos geométricos de la composición nos remite a la estética cubista. Como les ocurría a sus contemporáneos Ludwig Meidner y Lyonel Feininger, Grosz se muestra aquí fuertemente influido por los pintores futuristas, a quienes conocía bien a través de las exposiciones organizadas por Herwarth Walden en la galería Der Sturm. La representación de la aceleración de la vida urbana, propia del futurismo italiano, se adecuaba a la perfección a la imagen del mundo que él quería transmitir. Grosz convierte la glorificación futurista de la ciudad en destino fatal del hombre moderno. La muchedumbre deshumanizada que contemplamos en Metrópolis está irremediablemente atrapada en un tipo de vida infernal que Grosz exagera a través de unas acusadísimas líneas de fuga, producidas por una perspectiva muy rígida y, sobre todo, gracias al predominante color rojo que proviene de una abrasadora e irreal esfera solar que ilumina toda la composición.

En su comentario sobre Metrópolis, William Lieberman mencionaba que Walter Mehring, que conoció a Grosz en 1916, se refirió a esta obra como Reminiscences of the Entrance to Manhattan, quizás debido a que muchos de los dibujos preparatorios de la pintura eran representaciones imaginarias de Nueva York. El poeta alemán Theodor Däubler, en un temprano artículo sobre el pintor, ya se había referido a su «concepción apocalíptica de la gran ciudad» y, al describir un dibujo de 1916 titulado (en inglés) Memory of New York, manifestaba: «...Las casas son geométricas, desnudas, como si hubieran sufrido los estragos de una guerra. Los trenes suburbanos pasan a toda velocidad, como una tormenta entran con la rapidez de un rayo y al instante siguiente desaparecen. Los hombres, la mayoría de ellos mera expresión de su avidez, con rostros desfigurados, parecen espantados. ¡Unos encima de otros! Por todas partes coloca pequeñas estrellas, incluso cuando escribe, unidas rítmicamente como si se tratara de fuegos artificiales. O alejándose volando: ¡sobre la bandera americana!». Esta obra, al igual que Metrópolis, se encuadraba dentro de la nueva fascinación que intelectuales y artistas europeos sentían por todo lo americano como símbolo de la modernidad. Llevado por esa admiración, en 1916, mientras comenzaba a pintar Metrópolis, el entonces Georg Gross decidió americanizar su nombre y cambiarlo por el de George Grosz, que utilizaría a partir de entonces.

Por otra parte, Metrópolis es una obra significativa por la historia que tiene detrás. A mediados de la década de los veinte se convirtió en uno de los primeros cuadros de Grosz que entró a formar parte de una colección pública alemana al ser adquirido por la Kunsthalle de Mannheim, en donde en junio de 1925 se expuso en la mítica muestra Neue Sachlichkeit (nueva objetividad). Esta exposición, organizada por el director del museo, Gustav Hartlaub, reunía las manifestaciones artísticas figurativas de Alemania posteriores al expresionismo. Junto a Metrópolis podía contemplarse otra obra estrechamente relacionada con ella, Dedicatoria a Oscar Panizza, que, como Grosz manifestó más tarde, fue pintada «como protesta contra la humanidad que se había vuelto loca» y dedicada a este escritor alemán que había sido injustamente recluido en un hospital psiquiátrico y sus libros prohibidos.

Con la llegada del nazismo, Metrópolis se expuso en la muestra Entartete Kunst (Arte degenerado), la gran parodia difamatoria del arte de vanguardia que hizo el Tercer Reich. Poco después se encontraba entre las obras vendidas por el régimen nazi en la Galerie Fischer de Lucerna para sacar fondos para su programa de rearme. Fue comprada por Curt Valentin, un marchante alemán que emigró a Nueva York, donde abrió la Buchholz Gallery. Así fue como Metrópolis llegó a América, que también sería la nueva patria de Grosz, quien, una vez consolidada su posición económica, volvió a comprar esta emblemática obra. La pintura perteneció por un tiempo a Richard L. Feigen antes de entrar a formar parte de la Colección.

Paloma Alarcó

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